La silla
En todas la épocas desde el nacimiento de nuestra patria, los personajes relacionados con el desarrollo de la vida política de nuestro país siempre han tenido un tinte claroscuro y melancólico. Todo aquellos que han ocupado el pináculo del poder están matizados por la visión personal de triunfo, sentados en la silla que confiere poder pero la realidad es una alegoría, de quien la ocupa, a la enajenación. Es el resentimiento de muchos y el fin de algunos. Es la realización onírica de lograr obtener el poder y mantenerse en él. Es finalmente, en cierta forma, el egoísmo en su máxima expresión que nubla el pensamiento, obscurece la mirada y endurece el sentimiento.
Ninguno ha mantenido la cordura estable ni la humildad para permitir que la compasión porque el bien sea una máxima para el beneficio de todos los que ocupamos el territorio nacional y que, en una forma icónica, decidimos a través de una minoría participativa a través del sufragio efectivo.
Hoy la mirada es al pasado. Pensando que tiempos pasados fueron mejores. Más estables.
¿Estables?
Ese periodo, que con nostalgia se anhela, es la que vivió un hombre que a pesar de su estatura (1.48) y su origen étnico, para la época logro mucho. No fueron tiempos que pudiéramos considerar como de “miel con hojuelas”. Más bien inestables, sin electricidad, medios de transporte inadecuados, poco salubre (sin drenajes), difícil comunicación y grupos que querían el poder, no el bienestar del pueblo. Por otro lado un vecino, además de metiche y abusivo, con un manifiesto bien establecido ( del Destino Manifiesto, Democratic Review, agosto 1845, John O’Sullivan) y con la doctrina Monroe (elaborada por John Quincy Adams atribuida a James Monroe, 2 de diciembre de 1823) que, impecablemente ha empleado hasta nuestros días: Una política exterior de no permitir la intervención de las potencias europeas en los asuntos de los países del hemisferio americano, en unas palabras “América para los americanos”. Aunque América es, para fines prácticos, Estados Unidos de América, el resto del continente no lleva ese patronímico.
Desde Juan Álvarez Hurtado (1855) en los albores de la naciente República Mexicana, mutilada 10 años atrás cuando era presidente Antonio López de Santa Anna, pasando por Ignacio Gregorio Comonfort de los Ríos (nacido en Guanajuato) abogado y militar fue exiliado, sustituido por el vicepresidente y ministro de Gobernación Benito Juárez García. Dio pié a la Guerra de Reforma, conocida como la guerra de los tres Años (1858-1861). Dividió al país en una guerra entre Liberales y Conservadores, con sedes en Veracruz y Ciudad de México, respectivamente, terminó con la derrota definitiva del ala conservadora en al batalla de Calpulalpan .
Benito Juárez García vivió una época en la formación del estado mexicano, con un gobierno itinerante y poco estable. Desde Guanajuato, como presidente interino envió un manifiesto a la nación para unirse a la causea que consideraba justa. En Guadalajara por poco pierde la vida de no ser por su ministro de hacienda Guillermo Prieto que lo defendió pronunciando las famosas palabras “los valientes no asesinan. Las dificultades provocaron su salida de México a la Habana y después a Nueva Orleans, regresando en mayo de 1858 a Veracruz. Decreta la nacionalización de los bienes del clero (1959). Su gobierno, debido a la situación económica provocada por las guerras y al no poder pagar, el puerto de Veracruz fue invadido en 1861 por la fuerzas española, inglesa y francesa. Solo los franceses decidieron quedarse y de ahí partió el Segundo Imperio Mexicano que culmina con la muerte de Maximiliano además de los generales Miguel Miramón y Tomás Mejía en el Cerro de las Campanas el 19 de junio de 1867.
Las necesidades de tener una economía más estable lo hace crear el Tratado de Mclane-Ocampo, en el que se concede a los gringos el derecho de tránsito a perpetuidad por el Istmo de Tehuantepec, de Matamoros a Mazatlán y de Nogales a Guaymas, además de permiso para emplear fuerzas militares en México, por la cantidad de 4 millones de dólares, pero 2 millones quedarían como “garantía”. Afortunadamente para México, el tratado no fue ratificado por el Senado de Estados Unidos porque, debido a la guerra de secesión, podría fortalecer a los estados separatistas del sur.
Muchas batallas fueron libradas en esa época, traiciones y grandes apoyos del ejército mexicano al que Juárez nunca agradeció . Tampoco a sus generales destacados como el futuro Presidente de México, Porfirio Díaz Mori, considerado por los que hacen la historia, como traidor cuando en verdad fue un mexicano que apoyo nuestra patria y le gusto quedarse en la silla más de lo necesario.
En fin Juárez, como todos le agrado el poder y la silla. Tenía enemigos y simpatizantes, sin embargo fue un hombre con defectos, virtudes y mitos como el de su muerte provocada por la Carambada (Leonarda Martínez, asaltante de caminos.), utilizando un veneno de las hojas de veintiunilla (Asclepias linaria) que le provocó un infarto 21 días después de una reunión en casa de Lerdo de Tejada, falleciendo el Benemérito de las Américas (18 de julio de 1872)
Cierto o no depende del cristal con que se mire.
Ha sido un vistazo al pasado, pero con similitudes actuales, regresar es retroceder, evitar el crecimiento perseguir principios rancios y perpetuarse en un nudo de fantasía.
Mientras otros viven el presente y miran hacia la innovación, la protección de los recursos naturales y el uso de la energía renovable, México quiere aislarse y vivir en el ostracismo.
Vivamos nuestro presente y forjemos un futuro mejor.
No te quedes en la Silla, es mejor caminar y hacer camino.
¡Hasta la próxima!