DE DULCE Y CHILE…
En todas la épocas desde el nacimiento de nuestra patria, los personajes relacionados con el desarrollo de la vida política de nuestro país siempre han tenido un tinte claroscuro y melancólico. Todo aquellos que han ocupado el pináculo del poder están matizados por la visión personal de triunfo, sentados en la silla que confiere poder pero la realidad es una alegoría, de quien la ocupa, a la enajenación. Es el resentimiento de muchos y el fin de algunos. Es la realización onírica de lograr obtener el poder y mantenerse en él. Es finalmente, en cierta forma, el egoísmo en su máxima expresión que nubla el pensamiento, obscurece la mirada y endurece el sentimiento.
Ninguno ha mantenido la cordura estable ni la humildad para permitir que la compasión por el bien sea una máxima para el beneficio de todos los que ocupamos el territorio nacional y que, en una forma icónica decidimos a través de una minoría participativa a través del sufragio efectivo.
Desde Juan Álvarez Hurtado (1855) en los albores de la naciente República Mexicana teniendo un gobierno fugaz entregando el poder a Ignacio Gregorio Comonfort de los Ríos (nacido en Guanajuato), abogado y militar con un a actitud conciliadora, por su actitud poco firme fue exiliado y sustituido por el vicepresidente y ministro de Gobernación Benito Juárez García. Dio paso a la Guerra de Reforma, conocida como la guerra de los tres Años (1858-1861). Dividió al país en una guerra entre Liberales y Conservadores, con sedes en Veracruz y Ciudad de México, respectivamente, terminó con la derrota definitiva del ala conservadora en al batalla de Calpulalpan .
Benito Juárez García vivió una época en la formación del estado mexicano, con un gobierno itinerante y poco estable. Desde Guanajuato, como presidente interino envió un manifiesto a la nación para unirse a la causea que consideraba justa. En Guadalajara durante una reunión de gobierno Juárez sufrió un atentado, sin embargo, su ministro de hacienda Guillermo Prieto lo defendió pronunciando las famosas palabras “los valientes no asesinan. Las dificultades provocaron su salida de México a la Habana y después a Nueva Orleans, regresando en mayo de 1858 a Veracruz. Debido a la situación económica por las guerras y al no poder pagar las dudas contraídas el puerto de Veracruz fue invadido en 1861, por la fuerzas española, inglesa y francesa. Solo los franceses decidieron quedarse y de ahí partió el Segundo Imperio Mexicano que culmina con la muerte de Maximiliano además de los generales Miguel Miramón y Tomas mejía en el cerro de las campanas e, 19 de junio de 1867. Muchas de las batallas fueron logradas gracias a la participación del general Porfirio Díaz Moria